miércoles, 9 de septiembre de 2009

Hermanos de La Salle en Rumanía


De la noche a la esperanza

Que la caída del muro de Berlín constituye una de las fechas más señaladas de la historia contemporánea es algo muy conocido para cualquiera que siga la actualidad. Porque aquel 9 de noviembre de 1989 señaló, en efecto, el final de una época en la que el comunismo impuso obligatoriamente su yugo a varios cientos de millones de personas, y el comienzo de otra –la que actualmente vivimos– en la que los derechos humanos volvieron a tener su oportunidad en gran número de países de Europa Oriental y norte de Asia. El camino entonces iniciado será, sin duda, largo y nada exento de dificultades, pero la marcha hacia la libertad ha comenzado...

También para los cristianos de Europa Oriental esa fecha ha quedado marcada a fuego, como el punto final de una intensa persecución religiosa, más o menos agresiva según cada país en concreto, pero siempre peligrosa, y no pocas veces sangrienta. Ejemplo evidente de cuanto decimos son los sufrimientos que hubieron de afrontar numerosos Hermanos, y no pocos de sus antiguos alumnos y colaboradores cercanos, que se negaron a acatar las exigencias en materia religiosa de las autoridades civiles que se apoderaron de sus países a partir de 1945.

La situación de los Hermanos

En lo que a La Salle concierne, y por ceñirnos exclusivamente a lo que luego sería la influencia comunista en Europa Oriental, durante los años previos al inicio de la Segunda Guerra Mundial los Hermanos estaban establecidos en Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía y Ucrania. Cuando aquel triste conflicto bélico concluyó, todos esos países pasaron a la órbita de la Unión Soviética, que promovía políticas de lucha abierta contra la Iglesia. Como primera consecuencia aciaga, todos los centros les fueron arrebatos a los Hermanos en esos países.

Pero no sólo fueron las obras educativas y pastorales de La Salle; los mismos Hermanos sufrieron en carne propia los ataques de las autoridades comunistas contra la religión cristiana en general y, sobre todo, contra católicos y protestantes, ya que en muchos lugares los ortodoxos llegaron a acuerdos, más o menos tácitos, de colaboración con las nuevas autoridades, y pasaron el trance de manera más cómoda. La represión de los Hermanos fue particularmente dura en Checoslovaquia y en Rumanía.

Pero la historia prosigue su curso, y, tras la caída del muro de Berlín, el Instituto continúa presente en Polonia, Rumanía y Eslovaquia, países en los que en los últimos tiempos han profesado ya varios jóvenes Hermanos nativos. En Hungría se ha reabierto un colegio lasaliano, de inspiración cultural alemana, aunque hoy en él sólo trabajan laicos. En Ucrania se realizaron intentos de relanzar la actividad del Instituto, primero por parte de varios Hermanos polacos y luego con algún otro venido de Canadá, pero, dada la escasez de personal de la Congregación y las escasas perspectivas vocacionales que la situación ucraniana ofrecía, los Hermanos prefirieron retirarse definitivamente. En Chequia y Bulgaria se hacen gestiones para vender las últimas propiedades que le quedan allá al Instituto, porque no parece probable que los Hermanos regresen a ellos en los próximos años.

La Salle en Rumanía
Contrariamente a lo sucedido en otras partes, la revolución por la que los rumanos se libraron del yugo comunista fue muy violenta. Aunque la cifra exacta de víctimas no se sabrá jamás, se habla de unos mil muertos, incluyendo aquí las brutales ejecuciones del dictador Nicolae Ceauçescu y su esposa, que tuvieron lugar cuando los rumanos se preparaban para la Navidad de 1989.

Esa misma fecha señalaba también para los Hermanos rumanos el fin de un largo periodo de oscuridad y sufrimiento, que había comenzado en 1948, con la prohibición de todas las obras sociales de la Iglesia –escuelas, hospitales, asilos, orfanatos, etc.–, y se remató dos años más tarde con la disolución de todas las órdenes religiosas del país. Se iniciaba así para sacerdotes y religiosos católicos una durísima persecución religiosa.

En 1948 había 32 Hermanos en Rumanía; bastantes de ellos eran nativos del país; otros procedían de Austria, Alemania o Bélgica. En vista del panorama, los Hermanos extranjeros abandonaron inmediatamente Rumanía, mientras que los rumanos se aprestaron a sobrevivir como pudieran. Algunos abandonaron la Congregación y otros se ordenaron sacerdotes; los demás tuvieron que dedicarse a distintas actividades, muchas veces humillantes y casi siempre estrechamente vigilados por las autoridades comunistas. Diez Hermanos tuvieron que pasar por la cárcel; algunos hasta catorce años seguidos, otros ingresaron varias veces en prisión, aunque por periodos más cortos. Siete más sufrieron largos arrestos domiciliarios. Un Hermano fue deportado a la Unión Soviética y otro, matemático ilustre, sólo pudo escapar de Rumanía a cambio de entregar a las autoridades comunistas un tractor nuevo. En honor de la verdad hay que añadir que, si los comienzos laborales de muchos Hermanos fueron realmente penosos –por ejemplo, uno empujaba vagonetas en una mina, otro se encargaba de la desratización de Bucarest, etc.–, dada su categoría humana y preparación profesional, casi todos lograron ascender poco a poco en sus empresas, y terminaron por situarse en puestos de trabajo más confortables.

Tras 42 años de tinieblas, en 1990, cuando la desaparición del dictador abría nuevas esperanzas para todos, los Hermanos rumanos supervivientes eran sólo siete. Atendiendo a su petición expresa, el centro del Instituto decidió entonces que había que ayudarlos y, para ello, solicitó de los españoles el envío de algún Hermano a Rumanía con el fin de colaborar en la reconstrucción de la obra lasaliana.

La restauración lasaliana
Los primeros Hermanos españoles llegan a Rumanía en 1991. Una vez estudiada la situación, se decidieron por la región de Moldavia, en los confines del país, cerca de la actual frontera con Ucrania. Moldavia es una de las regiones del país con más alto porcentaje de católicos y, al mismo tiempo, se halla entre las más pobres. Al comienzo los Hermanos se instalan en unos pisos de Iasi, ciudad de unos 450.000 habitantes, la más importante de la región y capital cultural de Rumanía. Enseguida algunos de ellos se trasladan a la cercana Pildesti, y a algún pueblo vecino, con el fin de aprender la lengua, viviendo en comunidad con distintos sacerdotes católicos de la zona. Estas dos opciones marcarán el futuro de lo que será la nueva obra lasaliana en Rumanía.

Porque en 1998 se inauguró la nueva escuela La Salle de Pildesti, con especialidades profesionales en corte y confección, carpintería y fontanería de agua y de gas. Cinco años más tarde se abre una nueva obra lasaliana, esta vez de Iasi: se sitúa en un gran edificio que acoge a una veintena de niños en situación personal y familiar de riesgo, al tiempo que dispone de amplios espacios para retiros, reuniones, etc., tanto para los Hermanos como para cuantos quieran beneficiarse de las instalaciones.

Los Hermanos son hoy diez en Rumanía: tres rumanos jóvenes, que han rubricado su profesión perpetua estos últimos años; dos Hermanos rumanos más, muy mayores, supervivientes de la persecución comunista; y cinco Hermanos extranjeros, ya de cierta edad: tres españoles, un alemán y un quinto de Malta.

Los retos del futuro
Rumanía es actualmente un país en evolución acelerada. Su retraso social es muy perceptible cuando uno se pasea por sus rincones. Es frecuente, por ejemplo, ver carros tirados por caballos en las calles de una gran ciudad como Iasi, y el ambiente de los pueblos y de sus iglesias se asemeja al que podía uno encontrar en España hace cuarenta o cincuenta años. Pildesti, por ejemplo, población católica de unos 11.000 habitantes, cuenta con cuatro misas dominicales, y están todas llenas a rebosar. Claro que todo esto cambia con rapidez y lo lógico es suponer que pronto recuperen el espacio perdido con respecto a Occidente.

De los aproximadamente 23 millones de habitantes de Rumanía, unos 3 millones están fuera del país, muchos de ellos en España. Más de un tercio de los rumanos continúan viviendo en comarcas rurales agrícolas, pero también esto está evolucionando: la gente prefiere desplazarse a las ciudades en busca de mejores perspectivas de vida. La religión se mantiene muy viva, sobre todo entre los católicos, que representan el 10% de la población, aproximadamente, la mitad latinos, la otra mitad de rito bizantino; los ortodoxos –el 85% de los rumanos– están más en crisis, tal vez como reacción crítica a la antigua connivencia de sus jerarcas con el régimen comunista. De cualquier manera, no sería descabellado imaginar que el intenso proceso de secularización que sacude desde hace tiempo Europa Occidental termine por alcanzar muy pronto a Rumanía, con lo que los datos que hemos comentado también cambiarían sensiblemente.

Todo un reto, pues, para la Misión Educativa Lasaliana en Rumanía, que deberá hacer un serio esfuerzo de adaptación a las realidades cambiantes del país. Con todo, a pesar de las dificultades objetivas de la situación, la superación de los 42 años de obligada oscuridad a la que los verdugos del leninismo decidieron someterla supone una gran alegría. Porque la vida lasaliana en Rumanía ha recobrado parte de su vigor de antaño y afronta el porvenir con el optimismo y la esperanza de quienes piensan que Dios continúa siendo el Señor de la historia y del mundo.

Un testimonio
Como muestra cercana de lo sucedido, y entre las numerosísimas experiencias de sacerdotes y religiosos perseguidos tras el telón de acero a las que podríamos acudir, elegimos la de un Hermano de La Salle rumano, el Hermano Tiberiu, fallecido en 1999, de cuyo testimonio escrito sobre su experiencia concreta en Bucarest entresacamos unos cuantos párrafos, a nuestro entender, muy significativos:

Mi vía crucis comenzó el 2 de agosto de 1948... Aquel día, los Hermanos tuvieron que entregar en el acto las llaves de sus establecimientos. Así, en menos de una hora, nos encontramos echados a la calle. Sólo nos permitieron tomar los efectos estrictamente personales: ropa, calzado, etc. Todo lo demás –libros de la biblioteca, muebles del colegio y de la comunidad, etc.– debía quedar en las escuelas...”

“Los dirigentes comunistas intentaron con presiones y promesas hacernos abandonar la vida religiosa. No lo lograron... Durante dos años enseñamos religión en presencia de espías que estaban por todas partes; los conocíamos y ellos nos conocían. Pero la señal para entrar en acción no había sido dada. Lo fue en 1958: cuatro Hermanos fueron arrestados y, con ellos, tres antiguos alumnos...”

“A los detenidos nos concentraron en distintas casas. En la que yo estaba éramos 110, que compartíamos una habitación de 11 x 10 metros, con una sola ventana que estaba tapada con tablas clavadas desde el exterior para que los prisioneros no pudiéramos mirar hacia fuera. No había váteres; en un rincón, como reclamo para las ratas, habían dejado cuatro baldes que eran vaciados una o dos veces por día... Nadie podía permanecer debajo de las ventanas; estaba absolutamente prohibido. Dormíamos en el suelo de cemento sin poder siquiera acostarnos boca arriba, porque faltaba espacio... En poco tiempo nuestros cuerpos eran una llaga. No había agua; cada uno tenía derecho a sólo medio litro por día... Nada de papel higiénico...”

“En la primavera de 1964, por primera vez después de cinco años y medio, pudimos leer un libro... Creo que fue en abril cuando nos dijeron que seríamos liberados, pero no todos a la vez, sino poco a poco. Era la primera vez que cumplirían su palabra: la liberación comenzó en abril, aunque el turno sólo me llegó a mí en agosto...”

“Los Hermanos no podíamos vivir en comunidad; para los comunistas éramos hombres peligrosos. Debíamos salir de Bucarest sin tardanza. Así comenzó la segunda parte de nuestra condena. Fueron los años más duros de soportar
”. Bellas palabras finales del Hermano Tiberiu, que constituyen un auténtico canto a la fraternidad lasaliana.

Hermano Josean Villalabeitia

3 comentarios:

  1. Josean: gracias por este interesante relato sobre la vida de los lasallistas en Rumanía. Siempre me ha interesado conocer algo de la vida de estos hermanos y laicos heroicos. Tuve el gusto y privilegio de convivir con el H Tiberius Rata en el CIL en 1989, aún se encontraban bajo la dictadura comunista por lo que el H. Tiberius no pudo concluir con nosotros en diciembre del 89, afortunadamente días más tarde vimos con alegría la caída del dictador. No tengo más que admiración y respeto para el H. Tiberius, un santo de nuestros días. Pedimos por su intercesión el incremento de vocaciones para nuestro Instituto y la fidelidad de los hermanos.
    H. Julián R Martínez de México Norte.

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  2. GRACIAS JFPC hemos obtenido el número de hermanos que se reunieron

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