viernes, 16 de diciembre de 2011

Roma para lasalianos

Una guía sobre los lugares de Roma que pueden resultar de interés para todos los lasalianos. Fáciles de encontrar y con explicaciones claras sobre su relación con La Salle. ¡Ánimo con las visitas!
http://documentacionlasaliana.blogspot.com/2009/09/roma-para-lasalianos.html

viernes, 2 de diciembre de 2011

Entrevista al Hermano Paulo Petry

Interesante documento que nos afecta, no solo a a los lasalianos, sino a muchos otros religiosos y laicos. El Hermano Paulo Petry habla aquí en calidad de Presidente de la Clar (Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos).
http://www.masdecerca.com/2011/11/entrevista-con-el-hermano-paulo-petry-fsc-presidente-de-la-clar/

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana


Introducción al libro 
de San Juan Bautista De La Salle así titulado


       Si hoy se conoce la figura de Juan Bautista De La Salle (1651-1719) es, probablemente, gracias a sus seguidores más cercanos, los Hermanos de las Escuelas Cristianas  –conocidos también por el apelativo de “Hermanos de La Salle”, en referencia a quien fuera su iniciador-,  que han llenado de escuelas, colegios y centros educativos de toda condición numerosos lugares de nuestra tierra.

Así las cosas, nada de extraño tiene el que entre nosotros se acostumbre a destacar, sobre todo, algunas facetas concretas de la personalidad de este santo francés y de su aportación a la historia y a la sociedad. Su condición de excelente pedagogo, por ejemplo, no sólo en el terreno de la práctica, sino también en el de la reflexión escolar, como autor, junto con los primeros Hermanos, del que es generalmente reconocido como uno de los mejores  tratados de pedagogía  -si no el mejor-  publicados durante el siglo XVIII: la Conduite des Écoles Chrétiennes, conocido en español como Guía de las Escuelas Cristianas. O su carácter de fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, congregación religiosa cuyos impagables servicios en campos tan esenciales como la educación popular, la formación de maestros o la evangelización pocos se atreverán a menospreciar. O, incluso, sus dotes como guía espiritual y autor notable de obras que han orientado el compromiso cristiano de tantos educadores creyentes por las vías del Evangelio, haciéndolos caer en la cuenta de que, ejerciendo su profesión con fe, responsabilidad y entrega generosa, estaban respondiendo a la llamada divina a construir el Reino de Dios y desarrollaban un auténtico ministerio eclesial.

Con estas premisas previas, puestos a buscar entre la veintena de libros que Juan Bautista De La Salle llegó a publicar el que, sin duda, ha tenido mayor éxito editorial pocos darían con el título acertado. Porque lo normal sería pensar en alguna obra de contenido más bien espiritual, o quizás escolar, o pedagógico. Sin embargo, por más que a más de uno le pueda costar convencerse de ello, el gran éxito editorial de Juan Bautista De La Salle a lo largo de la historia ha sido un tratado sobre cortesía y buenas maneras titulado Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes à l’usage des Écoles Chrétiennes, que se ha traducido al español con el título de Reglas de cortesía y urbanidad cristianas para uso de las Escuelas Cristianas. Los datos son incontestables; echémosles un vistazo.

Nuestro libro se imprimió por primera vez a principios de 1703, y tuvo ya cuatro reediciones en vida de su autor. Hasta el día de hoy se han localizado ejemplares de 177 ediciones distintas, aunque algunos calculan que, si se tuvieran en cuenta los ejemplares probablemente destruidos para siempre a causa de los avatares históricos  -no olvidemos que por medio se halla la Revolución Francesa-, el número real de ediciones podría superar los dos centenares. Sólo a lo largo del año 1825, por aportar otro dato, salieron al mercado seis ediciones, preparadas por seis imprentas distintas. La mayor parte de los ejemplares publicados están en su lengua original, el francés, aunque los responsables de su impresión no siempre radicaran en Francia; y es que durante el segundo tercio del siglo XIX, con la expansión y progresiva consolidación del Instituto de los Hermanos en aquellos países, también aparecieron libros de la Civilité en Bélgica y Canadá, junto con otras traducciones parciales al inglés, en Irlanda, y al alemán. Recientemente, y fuera ya de los cómputos antedichos, ha visto la luz una edición crítica muy cuidada, al tiempo que el libro se publicaba en su integridad en inglés, italiano, portugués, vasco y español, idioma este último en el que, además, en edición diferente, apareció asimismo una interesante selección de textos. Todo un récord para una obra que nació con pretensiones mucho más humildes; porque, en el fondo, las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes lasalianas no son más que un simple libro de lectura escolar.

Juan Bautista De La Salle y sus discípulos procuraban, en efecto, organizar la educación en sus establecimientos a partir de unos planteamientos muy pegados al suelo, tremendamente prácticos, de modo que todo lo realizado en la escuela sirviera sin más a los alumnos para la vida que les aguardaba fuera de los muros escolares. Por explicarlo en términos populares, con sus métodos los Hermanos trataban siempre de matar dos pájaros de un tiro. Al objetivo puramente didáctico de aprender a leer, por centrarnos en el aspecto que aquí nos interesa, intentaban asociarle otro más directamente relacionado con la vida misma. Éste podía ser de corte más profesional, como el trabajo sobre manuscritos u otros documentos concretos, que les permitiera conocerlos bien, saber qué apariencia material presentaban, de qué manera estaban escritos, con qué tipos de letra, en qué había que fijarse, etc.; otros tenían una finalidad claramente religiosa, como el conocimiento de oraciones o pasajes bíblicos, de modo que los alumnos fueran poco a poco familiarizándose con ellos; y en otros primaba el propósito social, o más general, como es el caso que nos ocupa: en él, al objetivo puramente didáctico de aprender a leer se añadía el conocimiento de las reglas sociales de urbanidad y cortesía comúnmente admitidas en la buena sociedad de las ciudades, de forma que su uso fuera calando en unos alumnos más bien poco habituados a regirse por este tipo de conductas. Partiendo de esta filosofía de base, que permitía preparar más directa y rápidamente a los alumnos para la vida, los Hermanos habían seleccionado y escalonado convenientemente las lecturas más apropiadas a las necesidades educativas de sus escolares.

Como es bien sabido, contra lo que se estilaba en las sociedades occidentales de finales del siglo XVII, en las primitivas escuelas lasalianas se enseñaba primero a leer en francés y sólo cuando los escolares se manejaban bien en su lengua vernácula se pasaba al latín, cuya lectura también terminaban por dominar quienes continuaban en la escuela hasta los últimos grados. A partir de esta revolucionaria opción metodológica, los Hermanos habían establecido en sus escuelas nueve niveles de lectura. Pues bien: el libro que nos ocupa era el correspondiente al octavo nivel, consecutivo al séptimo, cuyo manual de lectura eran los salmos bíblicos, que se leían en latín, de manera que los alumnos de este grado pusiesen definitivamente a punto la lectura en dicha lengua, y previo al noveno y último, que consistía en la lectura de manuscritos de todo tipo: contratos, actas, cartas, etc. La peculiaridad de las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes, redactadas en francés y desde ese punto de vista sin apenas dificultad para los alumnos de octavo nivel, residía en el hecho de estar imprimidas en caracteres góticos, o muy parecidos a ellos, lo que complicaba mucho su interpretación. Aunque no era demasiado frecuente por aquella época encontrarse con este tipo de letra en las publicaciones, tampoco era raro del todo, sobre todo en libros de cortesía y buena educación  -de hecho, a estas letras se las llamaba caractères de civilité-, por lo que parecía obligado entrenar a los chavales en su lectura. Con ese propósito nació nuestro libro que, según hemos comentado, alcanzó pronto un éxito enorme.

Pero, si el origen del libro es el que se acaba de explicar, no sería justo silenciar que, sin descuidar nunca su objetivo inicial -que, materializándose en contenidos concretos diferentes, ha servido de acicate hasta bien entrado el siglo XX para la aparición de numerosos libros de lectura escolar con pretensiones similares-, muy pronto, incluso en vida de su propio autor, surgieron ediciones de las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes en caracteres normales, cuya única intención era dar a conocer el tenor literal de la obra a los interesados. De hecho, gran parte de las ediciones que han llegado hasta nosotros están imprimidas en los tipos de letra habituales de cualquier libro. Y es que, si atendemos a sus contenidos concretos, nuestro libro parecería dirigido a un público muy distinto de los hijos de los artesanos y los pobres que atestaban las aulas de las primeras escuelas lasalianas. A lo largo de sus páginas, el Señor de La Salle parece dirigirse a gente de su propio nivel social: urbano y de una cierta cultura; como es obvio, si se mueve con tanta soltura en estas cuestiones es porque trata de asuntos que, por propia experiencia, conoce a la perfección. Es como si el Santo de Reims quisiera extender la manera concreta de comportarse que él mismo había aprendido en su familia a todos los alumnos de sus escuelas, de extracción urbana como él, aunque la mayor parte de ellos pertenecientes a niveles sociales muy diferentes del suyo.

Más tarde, con el paso del tiempo, los cambios alcanzaron al propio contenido del libro, que sufrió algunas transformaciones sustanciales. Así, se adaptó al mundo de las niñas, y hasta el propio Instituto de los Hermanos, según evolucionaban las modas y exigencias sociales, fue introduciendo en él ajustes progresivos, tanto para agilizar el estilo como para poner al día su contenido, que desfiguraron un tanto el texto originario, aunque sin enmascarar del todo sus raíces de proveniencia y buena parte de su tronco y ramaje.

Las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes no son, ni mucho menos, el único libro de cortesía conocido por aquella época. Al contrario, desde que Erasmo de Rotterdam abriera la veda en 1526 con la redacción y publicación del primero, los tratados de urbanidad habían ido cobrando interés entre las clases más altas de las sociedades europeas. En tiempos del Señor de La Salle circulaban por Francia unos quince, de los que dos o tres gozaban incluso de una cierta popularidad entre las capas cultivadas. De La Salle se inspiró claramente en ellos, ya sea en cuanto a contenido, ya en el estilo y forma de expresarse o en el esquema general elegido para organizar la obra. Nuestro autor no intenta en absoluto camuflar este hecho, entre otras cosas porque, por aquel entonces, el plagio no preocupaba para nada a los escritores; pero, de poder consultarle la cuestión, es muy probable que se hubiera mostrado convencido de haber compuesto una obra original. Porque, en los tratados de cortesía y urbanidad que conocía, seguro que Juan Bautista De La Salle echaba de menos algo que para él resultaba primordial, indispensable: alguna razón de fondo importante para comportarse según se proponía en los libros y no de manera más grosera. Y, como es natural, para nuestro Santo esta razón fundamental no podía ser otra que la fe.

En este sentido, la gran aportación lasaliana al mundo de las reglas de urbanidad y cortesía es su fundamentación cristiana, que les da una peculiaridad innegable, como atestigua sin esfuerzo la presencia del adjetivo chrétiennes en el mismo título de la obra. Y es que para Juan Bautista De La Salle actuar en público como se debe es una consecuencia evidente de la caridad cristiana, una manera concreta de amar al prójimo, de respetarlo, de hacerle ver con obras que para nosotros cuenta y es importante. Por ello, desde las páginas del libro se pondrá en guardia al lector para que evite en sus actos las intenciones viles, para que nunca deriven éstos de la falsedad o la doblez, para que se alejen de toda hipocresía, vicio tan extendido en ciertos ambientes sociales de la época que algunos manuales del género lo presentaban como perfectamente aceptable y normal. Para Juan Bautista De La Salle, en cambio, la hipocresía se compadece muy mal con la fe cristiana ya que es contraria a las propuestas evangélicas, que son las que debieran inspirar la vida entera del creyente. No a la hipocresía, por tanto, y un sí muy grande al amor cristiano, con lo que las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes entran de lleno en los fines evangelizadores de la escuela de los Hermanos.

Juan Bautista De La Salle, al que se suele calificar a menudo  -con alguna razón-  de escritor denso y hasta en muchas ocasiones monótono y pesado, logra, sin embargo, en esta obra, adaptarse al auditorio al que va dirigida y expone los distintos hechos y sus circunstancias con gran claridad, evitando los párrafos demasiado largos que caracterizan otras obras suyas, mostrándose concreto y minucioso, sin rehuir en ningún momento la crudeza de ciertos temas por lo demás ineludibles en este terreno, como los modos de comportarse en la mesa, la higiene personal, la suciedad indumentaria, o los escupitajos, mocos y demás.

Analizando globalmente su obra completa  –y no solamente la escrita-, algunos expertos en temas lasalianos descubren en el Señor de La Salle una personalidad muy original, en la que se concitan, en extraña mezcla, varias características muy distintas entre sí. Porque, por un lado, De La Salle parece muy tradicional, hasta extremadamente conservador, sobre todo cuando se refiere a ciertas cuestiones de costumbres y religión, mientras que desde otros puntos de vista más prácticos se muestra como un adelantado a su tiempo, un auténtico enciclopedista que actúa como tal bastantes décadas antes de que esa manera de plantear la vida, basada en la organización, la observación de la realidad, la experimentación de nuevas técnicas, el método de ensayo y error, etc., se abra un hueco destacado en la historia occidental. Aunque puede que en algunas obras suyas estos planteamientos no aparezcan tan claros, el libro de las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes es un ejemplo nítido de lo acertado que resultan en otras ocasiones. Porque si atendemos a la presentación de la sociedad y a las concepciones sociales que se vislumbran en sus páginas  -la estricta división de la sociedad en grupos sociales inamovibles; el respeto y acatamiento que cada cual debe al nivel social en que su nacimiento le ha colocado, manifestación evidente de la voluntad de Dios sobre él; la indiscutible sumisión de los artesanos a los nobles, independientemente de la riqueza de la que cada cual pueda hacer gala; las nulas posibilidades de que los miembros de las capas más bajas consigan progresar en la escala social, por más dinero que atesoren o matrimonios traten de arreglar; etc.-, resulta del todo evidente que a nuestro autor ni se le pasa por la cabeza que la organización social en la que él mismo se había criado pudiera ser alterada lo más mínimo, o incluso que fuera pertinente intentarlo, aunque personalmente hubiera renunciado a sus prerrogativas sociales y religiosas para irse a vivir con y como sus Hermanos, gente de una categoría social muy inferior a la que por nacimiento pertenecía su fundador. Pero, al mismo tiempo, en el planteamiento fundamental de sus escuelas, que pretendían formar a los alumnos modestos en áreas que, de acuerdo con los usos sociales de su tiempo, se alejaban por completo de lo estrictamente necesario e, incluso, de lo conveniente y prudente; en la opción por un método pedagógico tan alejado de lo que por entonces se estilaba; en el escalonamiento minucioso de sus objetivos educativos; en la utilización del libro como medio para el aprendizaje simultáneo de la lectura y de los buenos modales; en el contenido mismo del texto, que por aquellas fechas pocos considerarían adecuado al tipo de alumnos que frecuentaban las aulas lasalianas, etc., nuestro autor aplica con mucha antelación no pocos principios de los que, casi un siglo más tarde, promoverían en Occidente un sinfín de cambios trascendentales de todo tipo, cuyo pistoletazo de salida se suele asociar con la Revolución Francesa. Lo dicho: una curiosa mezcla que, contra todo pronóstico, en ningún momento chirría.

El paso del tiempo ha sido inmisericorde con los contenidos de cortesía y urbanidad de las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes. Hoy vivimos en otra época, en la que los consejos de Juan Bautista De La Salle en relación con estos temas pueden sonar a curiosidad histórica e incluso a extravagancia y ridículo. Ahí han quedado, no obstante, inalterados, como testigos mudos, pero elocuentes, de las costumbres y criterios de aquella gente. Aunque, a la hora de valorar estas cuestiones, lo más sensato es andar con cierto cuidado; porque si las reglas de cortesía de los siglos XVII y XVIII son hoy anacrónicas y remiten inmediatamente a unos tiempos del todo caducos y olvidados, en los que la sociedad vibraba con asuntos en las antípodas de los que hoy nos preocupan, en el fondo del libro late una preocupación pedagógica que sigue conservando gran parte de su vigor. Ese afán por educar al niño de manera integral, por ejemplo, y no sólo a base de llenar su cabeza de datos más o menos interesantes. O la preocupación constante por adaptar los contenidos de la enseñanza, las técnicas educativas y los materiales didácticos a las necesidades concretas que encontrarán los escolares en la sociedad, cuando les toque ganarse la vida en ella. O las invitaciones permanentes que se lanzan a los padres para que tomen en serio la educación de sus retoños en todos los aspectos de su existencia, incluidos los aparentemente más intrascendentes. Desde este punto de vista menos literal, en una sociedad como la nuestra, que con frecuencia vacía la pedagogía de muchos de sus componentes humanistas de base y la deja en demasiadas áreas huérfana de abundantes dosis de sentido común, las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes mantienen, y hasta han dilatado, buena parte de su interés pedagógico y didáctico.

Decíamos más arriba que para encontrar el libro más exitoso de Juan Bautista De La Salle parecía lógico rebuscar entre sus obras religiosas o escolares. Es la mejor opción, sin duda, porque lleva además, de hecho, a los resultados apropiados. Y es que, desde los ángulos que hemos expuesto, las Règles de la bienséance et de la civilité chrétiennes son una obra que pertenece por derecho propio a ambas categorías al mismo tiempo; no en vano se trata de un libro escolar que intenta enseñar a los alumnos, no sólo los secretos de la lectura más enrevesada, sino también el arte de la relación social, que es una forma importante de caridad cristiana; también es, por tanto, catequesis, formación humana y cristiana a un tiempo. Educación integral, en definitiva, que incluye, como no podía ser menos, el cultivo de las dimensiones trascendentes, sin caer para nada en el adoctrinamiento. Un pequeño tesoro pedagógico, en definitiva, si el lector es capaz de saltar por encima de sus anacronismos y extravagancias para llegar a su meollo educativo y catequístico fundamental, cien por cien lasaliano.

                                                                  Josean Villalabeitia

martes, 26 de abril de 2011

Retiro de Lliria - Agradecimiento final

Aprovecho esta tribuna para agradecer al Hermano Visitador Auxiliar, Rafa Matas, su invitación a animar este retiro del Sector de Valencia-Palma, sobre todo por la confianza que supone. Espero no haberla defraudado...

También agradezco a todos los Hermanos y lasalianos que habéis estado en Llíria durante estos días por la cantidad de deferencias, detalles, buen trato y amistad fraternal que en todo momento me habéis dispensado. Y también, por supuesto, a las casas de Llíria y Paterna (Casa Provincial), y a sus responsables respectivos en los diversos servicios, la acogida fraterna y gozosa. ¡Sois geniales!

Que Dios os lo pague como solo Él sabe hacerlo. Hasta la próxima.

MIL GRACIAS - MOLTES GRÀCIES!

Retiro de Llíria - Libro lasaliano

Algunos me habéis preguntado por el libro sobre la vida del Fundasdor que ha aparecido recientemente en Francia y que he comentado en algún momento... Reviso mis notas y os doy su autor y título:

Christophe MORY
Jean-Baptiste de La Salle: Rêver l'éducation?

Para más detalles, me costó 21 euros...

miércoles, 20 de abril de 2011

Retiro de Lliria - 1

Retiro de Lliria – Semana Santa-Pascua de 2011

Jueves Santo.-
Mañana: Charla 1: Dos iconos lasalianos del último Capítulo General
Tarde: Compartir por comunidades; cuestionario 1

Viernes Santo.-
Mañana: Charla 2: El voto heroico

Sábado Santo.-
Mañana: Charla 3: Mensajeros y mediadores
Tarde: Charla 4: A propósito de nuestro voto de asociación

Domingo de Pascua.-
Mañana: Charla 5: Encuentro con el Resucitado

Lunes de Pascua.-
Mañana: Charla 6: Textos neotestamentarios sobre la comunidad
Tarde: Compartir por comunidades; cuestionario 2

Martes de Pascua.-
Mañana: Charla 7: La comunidad lasaliana
Charla 8: El espíritu de este Instituto

miércoles, 19 de enero de 2011

El Distrito Central de la Arlep en la memoria

Es noticia bien sabida para todos los lasalianos de nuestra tierra: los siete distritos clásicos de España y Portugal acaban de desaparecer para dar paso a una entidad lasaliana única de animación y gobierno, denominada “Distrito Arlep”.


Pero si los siete antiguos distritos se han disuelto oficialmente, se puede decir que seis de ellos dejan una herencia en forma de “Sector” del Distrito Arlep que los hará -al menos durante algún tiempo- perfectamente reconocibles después de su desaparición. Sólo uno de los siete –el Distrito Central- se ha diluido en la nada, es decir, sin dejar tras él ninguna estructura palpable que nos lo pueda traer con facilidad a la memoria. Aunque, pensándolo mejor, ¿es esto cierto o, sencillamente, cuando hablamos así desbarramos? Veámoslo...


Dos etapas diferentes.- El Distrito Central de la Arlep ha desaparecido con 55 años recién cumplidos, pues nació oficialmente el 25 de julio de 1955 y ha terminado su andadura el 31 de agosto de 2010. Si de personas se tratara, diríamos que ha muerto en plena madurez pero, en realidad, entre los distritos lasalianos españoles, el Central era bastante joven ya que sólo el de Andalucía se creó con posterioridad, mientras que el de Valencia-Palma nació el mismo día, en el mismo parto, aunque luego, como es lógico, ambos desarrollaran personalidades completamente distintas entre sí. Los otros cuatro distritos españoles tenían todos más años que el Central...


55 años, por tanto, pero con dos etapas muy diferentes entre sí: una inicial, que llegaría hasta 1973, y la última, conocida por todos, que comprendería desde esa fecha intermedia indicada hasta nuestros días.


Cuando el Hermano Guillermo Félix, Asistente ibérico de feliz memoria y férrea mano, se propuso crear el Central, en su cabeza bullía la idea de organizar un distrito como todos los demás, con su personal y sus casas de formación propias, aunque no desplegado sobre el terreno según los criterios geográficos bien delimitados con que funcionaban los otros cuatro distritos lasalianos por aquel entonces existentes.


Promoviendo el nuevo distrito el Hermano Asistente buscaba ayuda para resolver algunos de los problemas que más dolores de cabeza le daban, como la casa de formación de misioneros de Premiá de Mar o Editorial Bruño. Según su idea, al nuevo distrito se incorporarían también el Instituto San Pío X, que todavía no estaba inaugurado aunque sí muy avanzado en su concepción, y la casa de reposo de Lliria, proyecto muy personal del Hermano Guillermo. Luego ya, con el correr de los tiempos, se irían sumando al Central otros proyectos, sobre todo las misiones africanas y toda la animación lasaliana regional.


Al comienzo, como es lógico, el Central no podía contar con personal propio, pero poco a poco, adoptando diferentes medidas -la principal de las cuales sería, simplemente, abrir más casas de formación-, el Hermano Asistente esperaba que este asunto se fuera solucionando. Pero no fue así. Y no por falta de ganas, sino porque se le acabó el tiempo…


Y es que, en realidad, los Visitadores españoles nunca estuvieron de acuerdo con el Hermano Guillermo en este asunto, y preferían un Distrito Central mucho más parecido al que hoy conocemos. La sombra del Asistente era en aquella época muy alargada y no resultaba nada fácil oponerse a sus planes. Pero en cuanto el Hermano Guillermo Félix desapareció de la escena de gobierno, los Visitadores recuperaron su viejo proyecto y, tras unos años de ensayo, lograron que se aprobaran los estatutos de un Distrito Central al servicio de los demás distritos españoles, en la animación general o en la ayuda práctica para resolver algunas cuestiones, y también en la gestión más directa de las obras comunes, como Bruño, el San Pío o las misiones. Es, a grandes rasgos, el modelo de Distrito Central que ha llegado hasta sus últimos días, aunque evidentemente la idea tardara un cierto tiempo en materializarse por completo, a partir de aquel año 1973 en que su nueva estructura fuera aprobada. Luego ha evolucionado en distintos sentidos, aunque menos de lo que cabría suponer...


Al servicio de la Arlep.- Continuando precisamente por esta línea, permitidme destacar algunos de los servicios de animación lasaliana que el Distrito Central ha impulsado durante estos años, en estrecha colaboración con el resto de los distritos de la Arlep, como es obvio.


Pensemos en el CEL, que ha conocido dos etapas muy distintas y cada año trata de responder con fidelidad a los nuevos retos que traen los tiempos. O en los distintos Celas, estructura formativa más reciente, aunque el destinado a los profesores está ahora mismo estrenando su vigésima promoción; además, también se organizan habitualmente Celas para jóvenes y para los educadores no docentes de nuestros centros. Sin olvidarnos del Celte, destinado a los Hermanos más mayores, que también funciona desde hace años.


Pensemos también en el gran número de comisiones lasalianas de todo tipo, con sus correspondientes subcomisiones y grupos de trabajo, que han revolucionado la manera de reflexionar, trabajar y decidir de todos los lasalianos de la Arlep y pueden presentar logros palpables de mucho mérito, como los programas de innovación educativa o la gran cantidad de materiales preparados y sesiones de toda especie organizadas; o Proyde y organizaciones hermanas, frutos concretos de la reflexión de una de esta comisiones, que hoy apoya de maravilla el compromiso misionero de todos los lasalianos españoles y portugueses, con sus actividades de sensibilización, su captación de fondos, su organización de proyectos misioneros de verano y de planes más prolongados para el voluntariado, el comercio justo y la movilización de esa enorme cantidad de voluntarios que destinan una parte de su tiempo a echar una mano a los que peor lo pasan, y quieren canalizar su entusiasmo a través de Proyde.


Pensemos en ACOA y otros grupos por el estilo, que centran su actividad en torno al “Centro La Salle-Arlep”, de la madrileña calle Marqués de Mondéjar, esa misma casa que a lo largo del curso acoge de maravilla a tantos y tantos lasalianos, con un servicio atento y callado, prodigio de fraternidad.


Aunque no hubiera más cosas -que las hay, y muchas-, la mera evocación de todas estas estructuras y actividades de animación lasaliana de la Arlep que ha impulsado el Distrito Central bastaría para justificar de sobra el título dado al libro que recoge una breve evocación de su historia. Porque en la vida del Distrito Central la clave de todo ha sido siempre el servicio, un servicio que se ha desplegado también en muchos otros ámbitos...


Dos obras memorables.- Continuando con la rememoración entrañable de otros proyectos directamente gestionados por el Distrito Central, la Editorial Bruño y el Instituto Pontificio San Pío X, incluyendo en él también su editorial, han sido, sin duda, en la historia del Central dos auténticos pesos pesados. Ambos conocieron tiempos de esplendor y de crisis, aunque con resultado final diferente.


Prescindiendo de los distintos nombres que el servicio editorial lasaliano haya ido recibiendo entre nosotros según las épocas, se puede decir, sin riesgo a equivocarse, que Bruño era la obra más antigua de cuantas le tocó animar al Distrito Central. De hecho, el mismo año de su llegada a España, en 1878, los Hermanos franceses publicaban ya un sencillo folleto de oraciones en español.


Tras la terminación de la Guerra Civil, una vez unificadas sus dos estructuras autónomas de Madrid y Barcelona, la Editorial Bruño se instaló en la capital española y terminó construyendo para todos los lasalianos españoles el actualmente conocido como Centro La Salle-Arlep, que, desde su inauguración, ha sido sede de Bruño y de su librería, del CEL, del Celas, del San Pío y su editorial, cuando se trasladaron a Madrid, de Proyde, Casa Provincial, comunidad de acogida de misioneros y lasalianos de paso, lugar ideal para reuniones, cursos, conferencias, liturgias, fiestas… Con este historial a sus espaldas, no es en absoluto exagerado considerar este Centro La Salle-Arlep, desde sus primeros momentos de existencia, como el corazón del Distrito Central, como lo va a ser también, en adelante, para el nuevo Distrito Arlep.


La Editorial Bruño prestó durante varias décadas unos servicios impagables a la escuela –no sólo lasaliana- de nuestro país, pero la complicación económica, financiera y legal de los nuevos tiempos aconsejó en 2001 a los Hermanos desprenderse de ella, en una operación que, a pesar de los temores, resultó francamente bien para La Salle, dejando además en sus manos el edificio de la calle Maestro Alonso, actual residencia del equipo de animación del nuevo Distrito Arlep.


El Instituto San Pío X, por su parte, nació en 1955 a orillas del Tormes, en Tejares (Salamanca). En sus inicios lucía otro nombre -“Estudios Lasalianos”-, aunque enseguida adoptó el único que lo iba a identificar en adelante. Su creación debe atribuirse, sin duda, a la creatividad apostólica del Hermano Guillermo Félix. El San Pío se incorporó muy pronto a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, con profesores, clases, publicaciones y prestigio por todo lo alto. Además de la actividad académica propiamente dicha, el San Pío, casi desde el principio, organizó también todo tipo de seminarios, cursillos, semanas de pensamiento... con éxito muy apreciable.


A su sombra, casi simultáneamente se desarrolló la Editorial San Pío X, que marcó asimismo hitos impresionantes con publicaciones como el Fichero Catequístico, el “Cantemos al Señor” y multitud de colecciones de manuales catequísticos, libros de canto y publicaciones muy variadas, con frecuencia punteras en su género.


Tras la edad de oro de los años sesenta, distintos motivos aconsejaron trasladar el San Pío a Madrid, a la que por aquel entonces era la sede central de Bruño. Con él se vino también a Madrid la Editorial San Pío X. Corría el verano de 1977.


Con el San Pío en Madrid se arreglaron algunos problemas serios, como la venta de aquel enorme caserón de Tejares, que se había ido quedando vacío, o la mejor formación de los Hermanos que participaban en el CEL. Pero no se resolvió la dificultad fundamental: la escasez de alumnos, que la crisis vocacional de los Hermanos no hacía sino intensificar. Tampoco se consiguió renovar el claustro de profesores en la medida en que hubiera sido de desear.


Así las cosas, en 2008 el Instituto San Pío X se trasladó al complejo universitario “La Salle Campus Madrid”, de Aravaca, donde a base de planteamientos y horizontes novedosos espera remontar el vuelo. La Editorial San Pío X, por su parte, quedará al servicio de las publicaciones institucionales del nuevo Distrito Arlep, con la nueva marca comercial de “Ediciones La Salle”. Como se ve, retos atractivos no faltan, ni mucho menos…


La generosidad misionera.- Aunque a veces parece olvidársenos, uno de los servicios más generosos que han prestado los lasalianos por medio del Distrito Central ha sido el de las misiones.


En realidad, una de las razones primordiales para crearlo fue, precisamente, el deseo de atender mejor la casa de formación de misioneros para Hispanoamérica de Premiá de Mar, que comenzó a funcionar hace más de un siglo, en 1908. Luego, ya más cerca de nuestra época, a partir de los cincuenta, vendrían también Mollerusa y Les, en tierras catalanas, y los diferentes grupos de formación de Tejares, por este orden cronológico. Cada cual, como es lógico, con su peculiaridad característica, aunque la casa con más solera fuera, sin lugar a dudas, por su historia y por sus números, la de Premiá.


Esta aventura misionera americana finalizó para el Central con el Capítulo General de 1966-1967. Y decimos “para el Central” porque a partir de esa fecha, los distritos españoles suscribieron convenios particulares de colaboración con distintos distritos hispanoamericanos, de cuyos beneficios continuamos disfrutando todavía hoy los Hermanos a ambos lados del Atlántico.


Una segunda rama del gran tronco misionero del Distrito Central sería la de Guinea Ecuatorial, una gran gesta apostólica, desarrollada ya en directo, sobre el terreno, que se inició en 1958, para truncarse de manera abrupta -pero provisional- once años más tarde, coincidiendo con la llegada al poder del primer presidente ecuatoguineano, de infausta memoria. Los Hermanos tuvieron que escapar para salvar la piel, como los acontecimientos posteriores dejarían meridianamente claro, aunque los Superiores de Roma no lo entendieran siempre así...


En el momento de aquella salida forzosa el balance lasaliano en Guinea era ciertamente llamativo: en apenas un decenio de presencia, habían llegado a ser 33 Hermanos, distribuidos en tres comunidades, que animaban siete obras educativas muy variadas y habían enviado a la Península a cuatro jóvenes nativos para prepararse como Hermanos.


Otros once años nos costó volver a Bata, y tuvimos que hacerlo -como todo el mundo comprende- de manera mucho más humilde, aunque no menos entusiasta. Retomamos, pues, la misión en Guinea y las cosas allí evolucionaron con rapidez hasta llegar al día de hoy en que una docena de Hermanos -dos de ellos nativos- se afanan hoy en dar vida a tres centros educativos propios y algún otro servicio pastoral. Planes no faltan en Guinea, es cierto, pero el horizonte lasaliano no está demasiado claro, sobre todo porque los jóvenes candidatos nativos no terminan de cuajar definitivamente como Hermanos.


El tercer gran capítulo misionero dependiente del Central es el correspondiente al Golfo de Benín, que acaba de constituirse en distrito autónomo, siendo, precisamente, su primer Visitador Titular un viejo conocido de todos los lasalianos de la Arlep: el Hermano José Manuel Sauras. ¿Quién de nosotros no ha escuchado con interés alguna historia sobre Togo, Benín, Costa de Marfil o Guinea Conakry, esos cuatro países por los que se extiende el recién creado distrito?


El trabajo apostólico lasaliano lo iniciaron por aquellas tierras los Hermanos canadienses, que, a finales de los sesenta, faltos de vocaciones suficientes, se vieron obligados a pasar el testigo a los Hermanos españoles, muchos de ellos recién retirados de Guinea Ecuatorial. El Distrito Central aceptó con gusto la encomienda y dio, sin duda, una impronta particular a toda la labor lasaliana en África Occidental, hasta el punto de haber fundado sus obras más originales; en realidad todas las del Distrito, menos los dos colegios más antiguos.


El Distrito del Golfo de Benín ha podido independizarse del Central porque dos de cada tres de sus casi cuarenta Hermanos son ya nativos, algunos de ellos capaces de ocupar puestos de alta responsabilidad, incluso en obras africanas interdistritales, como el noviciado o el escolasticado francófonos, lo que nos da una idea de la valía personal que atesoran. Se podría decir que allí las cosas lasalianas van bastante bien, sin prisa pero sin pausa, aunque no les falten retos para que no se duerman en los laureles...


Creo que los lasalianos españoles y portugueses podemos sentirnos muy orgullosos de la evolución de nuestra obras en África, sin olvidar el compromiso contraído de apoyarlas económicamente, en personal, con proyectos de verano o de otro tipo, etc., a partir ahora del nuevo Distrito Arlep.


Y aunque este último escenario misionero no sea tropical precisamente, recordemos también a esa docena de Hermanos españoles que han apoyado con su presencia y trabajo la reconstrucción del Instituto en Rumanía tras la caída del muro de Berlín, en 1990. El Distrito Central de la Arlep velaba también por ellos, aunque oficialmente pertenecieran a otras instancias lasalianas de gobierno. Tres de ellos bregan todavía por aquellas tierras...


Un cierre luminoso.- A la vista de cuanto antecede, ¿qué lasaliano bien informado se atrevería a sostener, como proponíamos al principio de estas líneas, que el Distrito Central de la Arlep se acaba de “diluir en la nada”? De no ser un insensato, tendría que tratarse de alguien que no se haya parado a pensar con detenimiento en lo que el Distrito Central, en su más de medio siglo de existencia, ha supuesto para la Arlep, que no haya calibrado los frutos ingentes que el Central ha aportado, de los que continuamos todos disfrutando. Porque el Distrito Central ha muerto, es verdad, pero continúa, en cierta manera, muy vivo entre nosotros, en mil y un proyectos que se empeñan día tras día en impulsar la misión lasaliana en nuestra tierra, por caminos creativos y eficaces. Se podría discutir sobre lo que ha sucedido con el árbol, pero sus frutos están ahí, evidentes, generosos, al alcance de todo el mundo.


Pero bueno: el Distrito Central ya es historia; ahora lo que toca es ocuparse del nuevo Distrito Arlep. En ello estamos...


Hermano Josean Villalabeitia