miércoles, 22 de junio de 2016

Alfonso Junco, poeta lasaliano

Alfonso Junco es un poeta e historiador mexicano, nacido en Monterrey, en 1896, y fallecido en México D.F., en 1972. 

Fue alumno de una de las primeras obras que los Hermanos franceses fundaron en México, el Colegio del Sagrado Corazón, de Monterrey (Nuevo León). 

Académico de la Lengua en México y Colombia, en su faceta literaria el señor Junco destacó, sobre todo, por su poesía religiosa, en la que, según algún crítico, " se ha labrado un camino propio y es de los escritores que han dado a México nueva vitalidad en este género, aplicando modos de expresión poética originales y atrevidos".

Si hoy traemos al poeta Junco a estas páginas lasalianas es porque, sin saberlo, muy a menudo solemos rezar con uno de sus poemas más conocidos. Se trata del titulado "Así: te necesito de carne y hueso", propuesto como himno de Laudes en la Liturgia de la Horas para el viernes de la semana I. Un compañero en la capilla, por tanto, lasaliano anónimo, que a partir de ahora, quizás, no lo sea tanto.

Además del poema mencionado de Alfonso Junco, proponemos otros tres, todos religiosos, para que pueda calibrarse un poquito mejor la calidad literaria de su obra poética religiosa.









De carne y hueso

Así: te necesito
de carne y hueso.

Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,
tumulto y sinfonía de los cielos;
y, a zaga del arcano de la vida,
perfora el caos y sojuzga el tiempo,
y da contigo, Padre de las causas,
Motor primero.

Mas el frío conturba en los abismos,
y en los días de Dios amaga el vértigo.
¡Y un fuego vivo necesita el alma
y un asidero!

Hombre quisiste hacerme,

no desnuda inmaterialidad de pensamiento.

Soy una encarnación diminutiva;
el arte, resplandor que toma cuerpo:
la palabra es la carne de la idea:
¡encarnación es todo el universo!
¡Y el que puso esta ley en nuestra nada
hizo carne su verbo!

Así: tangible, humano,
fraterno.

Ungir tus pies, que buscan mi camino,
sentir tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu regazo,
y –Judas sin traición– darte mi beso.

Carne soy,
y de carne te quiero.

¡Caridad que viniste a mi indigencia,
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
Así, sufriente, corporal, amigo,
¡cómo te entiendo!

¡Dulce locura de misericordia:
los dos de carne y hueso!









Niño Dios

Niño Dios que estás naciendo,
nace aquí en mi corazón,
y en tus hechizos anégame,
y hazme niño y hazme Dios.

Nochebuena, Nochebuena,
fragante de evocación:
¿qué efluvios de cosas idas,
qué perfume de candor.
qué melodías lejanas,
qué balbuciente emoción.
qué manso desasosiego,
qué frescura, qué claror,
qué cosa que no se puede
decir con precisa voz,
nos penetra y sobresalta
y acaricia el corazón?
¿Es un ansia de ser niños?
"Sed niños -dijo el Señor-
si queréis entrar al Reino";
¡y El se hizo niños por nos!
¡y en su noche nos embriaga
un dulce afán de candor!...
¡Oh, qué anhelo de ser niño!
¡Hazme niño, Niño Dios!

"Sed perfectos cual mi Padre
celestial", dijo tu voz,
y no fue estéril sarcasmo
sino fértil bendición.
"Vosotros también sois dioses",
clamas. Y Pablo sintió:
"Vivo, pero ya no vivo:
que vive en mí Cristo Dios".
Porque tu nos alimentas
con un pan de exaltación,
que no se hace carne mía
como este pan inferior,
sino que mi carne absorbe
y la transfigura en Dios.
¡Dios quiero ser para amarte
con pleno pago de amor,
Dios para abarcar tu esencia,
Dios para obrar perfección,
Dios para ser uno contigo!...
¡Hazme Dios, oh Niño Dios!...

Niño Dios que estás naciendo,
nace aquí en mi corazón,
y en tus hechizos anégame
y hazme niño y hazme Dios.
















Liberación

Amado que encarcelado
te quedaste en el altar:
amor te puso cadenas
y sin movimiento estás.

Afuera, el mundo se muere
de frío y de soledad...

En tu sagrario hallaría
su remedio substancial:
la plenitud llameante
del amor y la verdad.
¡Pero ignora o lo olvida
y así envejece en su mal!

Tú no te puedes mover,
él no te viene a buscar,
¡y él y Tú, los dos se mueren
de frío y de soledad!

¡Ven a mi pecho, Señor:
yo te quiero libertar!
Ven conmigo, iremos juntos,
todo lo recorrerás:
calles, comercios, talleres,
los campos y la ciudad.

Iremos juntos, Amado:
¡dónde esté yo, Tú estarás!

(Señor, hazme transparente:
no te opaque mi maldad!)

De tu presencia al efluvio
volverán todos la faz;
la sorpresa y el hechizo
poco a poco crecerán,
el asombrado deseo
con más ardor mirará,
¡y al ver tu plena hermosura
conquistados quedarán,
que es conocerte y amarte
un sólo rapto vital!

Tu impotencia de moverte
fue designio de bondad.
Así como es tesorero
el rico, de tu caudal,
para que al dar tenga el júbilo,
virtud e industria de dar,
pero si cierra su mano
con codicia criminal
a Ti y al pobre defrauda
siendo dos veces rapaz;
así me das el tesoro
de tu Cuerpo celestial,
no para el gozo egoísta
de esconderte en mi heredad,
mas para el gozo magnánimo
de llevarte a los demás,
entregándoles contigo
la perfecta Caridad.

Amado que encarcelado
te quedaste en el altar:
ven conmigo; vamos fuera;
donde esté yo, Tú estarás,
te llevaré a todas partes,
¡que así te podré pagar
a Ti, Libertador mío,
mi deuda de libertad!








El peldaño

Toma y moldea en tus manos,
Señor, mi barro y mi sangre
y como peldaño ponme
de tu morada inefable.
Que por mí suban a Ti,
pero que suban ¡pisándome!

No en mi bajeza se engrían,
ni me conozcan ni llamen,
quienes me miren peldaño
de tus perennes alcázares.
Que por mí suban a Ti,
pero que suban ¡pisándome!

Salte de gozo mi barro,
salte de gozo mi sangre,
cuando huellen mi bajeza
los que suban para amarte.
Que por mí suban a Ti,
pero que suban...  ¡pisándome!


6 comentarios:

  1. Un lector lasallista de México añade otra poesía de un antiguo alumno lasallista del Colegio Ignacio Zaragoza, de Saltillo (Coahuila). Se titula "Gracias" y dice así:

    Gracias, Señor, por todas mis mañanas,
    hechas de luz, de pájaros y viento;
    por la estrella, sin número y sin dueño,
    que hiciste por que yo la contemplara;

    por la cintura azul de las muchachas
    y las sienes blancas de los viejos;
    y por el sueño con que, a veces, sueño;
    y por mi cuerpo -¡gracias!- y por mi alma.

    ¡Mucho me has dado a mí, que soy tan poco!
    ¡Hasta te diste tú -¡nieve en el lodo!-!
    ¿Que para ti, Señor, no dejas nada?

    ¡Gracias, pues, por mi mundo niño y loco!
    Y gracias por mi vida; y gracias, sobre todo,
    porque he aprendido a decir: "¡Gracias!"


    Armando Fuentes Aguirre
    Exalumno del Colegio Ignacio Zaragoza, de Saltillo (Coahuila-México)

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  2. Un trozo del primero de los poemas que propone el blog fue citado por el Hermano Álvaro Rodríguez en su carta pastoral a los Hermanos de diciembre de 2013, página 18.
    Cf. http://www.lasalle.org/wp-content/uploads/2013/12/CPast2013_esp.pdf

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  3. Así te necesito de carne y hueso.
    No sabía que su autor fue alumno lasallista en México.
    Me he sentido en un esplendor teilhardiano en el rezo de laudes de este viernes.
    La comunión entre creador y creación, fundidas en Jesús, el hermano mayor-menor a quien seguimos.

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  4. ¡Qué hermosura de poemas!Gracias por esta entrega. Dios los bendiga.

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  5. Maravilla de poema! Y más conmovedor que fuera un hermano lasallano!
    Soy ex alumno del Colegio La Salle de Buenos Aires, agradecimiento perpetuo a los hermanos!
    Saludos a todos los colegas

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  6. Precioso poema el de laudes. Es una lástima que la Liturgia de las Horas no ponga el nombre del autor en el índice.

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